lunes, 21 de abril de 2008

Velázquez: Una de los nombres propios del arte

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez


Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (Sevilla, 6 de junio de 1599 – Madrid, 6 de agosto de 1660) fue uno de los mayores exponentes de la pintura española, ya no sólo en su período barroco, sino a lo largo de toda su historia. De hecho, Velázquez está actualmente considerado como uno de los mayores pintores de la historia.

Primeros años

Diego nació en la andaluza ciudad de Sevilla y fue bautizado en la Iglesia de San Pedro (hoy existe una placa en el lugar que conmemora el acontecimiento). De madre con orígenes sevillanos y quizá hidalgos, y de padre con orígenes portugueses, su talento afloró a edad muy temprana. A los once años comienza un duro aprendizaje en el taller de Francisco de Herrera el Viejo, un conocido pintor en la Sevilla del siglo XVII. Debido a desavenencias entre tutor y discípulo, éste decidió marcharse al año, pasando a las manos de Francisco Pacheco, pintor de estilo manierista, autor del tratado El arte de la pintura (1649). Transcurrirían siete años (1617) hasta que un joven Velázquez, con dieciocho años cumplidos, se instalase como pintor independiente, tras examinarse en el gremio de pintores de su ciudad natal.
Pacheco ejerció gran influencia sobre Velázquez, ya no sólo pictórica, como es de esperar de un aprendizaje, sino, en mayor grado, cultural y literaria, hecho que no se entiende sin saber que el maestro Pacheco era un gran conocedor, como buen hombre erudito de su época, de la literatura clásica. Sus numerosos contactos e influencias fueron vitales para lograr el ascenso del pintor a la corte española.

Inicio de su actividad como pintor

Dos años más tarde de su reconocimiento como pintor, Velázquez decide casarse (1618) con la hija de su mentor, con quien tendría dos hijas. En consecuencia, a los diecinueve años, Velázquez ya era un pintor independiente y casado que se dedicaría, en los seis años siguientes (1618–1623) a elaborar encargos religiosos y escenas de corte costumbrista, desarrollando la técnica del claroscuro, influido principalmente por el naturalismo de Caravaggio. La obra clave de esta época es El aguador de Sevilla (1620), en la que el claroscuro intencionado por el autor se muestra con una maestría excepcional. También es de destacar, dentro de esta época, La comida (1619), de un marcado acento naturalista.
Durante esta etapa de su vida, llevó a cabo una incesante vida sociocultural en Sevilla, participando de círculos culturales como, por ejemplo, el Círculo de las Artes, que, casualmente, estaba presidido, no de una manera rígida, sino más bien informal, por Pacheco, su maestro y suegro. También consiguió hacerse un sitio como pintor en la vida sevillana, dado el éxito de sus primeras obras, por lo que no tardaría en hacerse con un discípulo, Diego de Melgar, del que no se sabe mucho.

A consecuencia del cambio de reinado que había tenido lugar por aquellas fechas, en el que Felipe IV sucede a su padre, Felipe III, toda la corte real, que durante el reinado de Felipe III había estado inundada de nobles castellanos, cambia de fisonomía, surgiendo como principal figura real el Conde-Duque de Olivares, don Gaspar de Guzmán. Éste, oriundo de Andalucía, abogó por que la corte estuviera integrada mayoritariamente de andaluces. Considerando Diego de Velázquez que ésta podría ser una oportunidad idónea para conseguir un puesto de pintor en la corte real madrileña, viajó a Madrid, de donde, tras una primera tentativa, regresó con las manos vacías. En este viaje conoció a Luis de Góngora, de quien haría el retrato años más tarde. Corría el año 1622.

Pintor de la Corte

Pacheco, su mentor y suegro, quería a toda costa que Velázquez subiera de escalón y alcanzara el puesto de Pintor del Rey, pues sabía que esto supondría la madurez en la rica vida artística de su discípulo. Esto haría que, en 1623, con la intercesión de Juan de Fonseca, uno de los andaluces en la corte de Felipe IV, Pacheco lograra del Conde-Duque de Olivares una orden de presentación en Madrid para que Velázquez pintase al monarca. No cabe duda de que el retrato de Velázquez fue magistral, pues constituyó el aval que le aseguró la tan ansiada presencia indefinida en la corte real. Tras unas semanas de acomodación, trae a su mujer y a su hija (la otra había muerto un año antes), así como al servicio, a vivir a la capital, en una casa de la calle Concepción Jerónima.
Tras cuatro años, Felipe IV le nombra Ujier de Cámara, por lo que recibiría una mayor asignación.

Encuentro con Rubens y viaje a Italia

Pero todavía estaría por llegar el hecho que marcó para siempre la vida artística del genial pintor: en 1628, Peter Paul Rubens, pintor de la escuela flamenca, visita Madrid y, de la mano de Velázquez, visita el monasterio de El Escorial y accede a la pinacoteca real y al conocimiento de los grandes pintores renacentistas italianos, especialmente Tiziano, que fue uno de los pintores favoritos de Carlos I y que tanta influencia ejerció en la pintura de Velázquez. Para continuar su formación, Rubens aconseja a Velázquez que visite Italia, que no se centre únicamente en el influjo español, y que indague en la pictórica renacentista, para poder dar un giro completo a su carrera. Quizás fuera también Rubens quien le aconsejara sobre la ejecución de Los Borrachos, obra que marcó un cambio de rumbo en la vida artística de Velázquez. Otras teorías afirman que también fue él quien intercedió ante el rey para que permitiera a Diego su viaje a Italia.

Partió del Puerto de Barcelona con un buen salario en sus bolsillos, acumulando su sueldo de los dos años siguientes a su partida, el 10 de agosto de 1629. Esto marcaría un antes y un después en la vida artística del pintor, pues no se concebía, en pleno siglo XVII, que un pintor no acudiera a Italia como parte de su formación. Llegó a Génova el 23 de agosto de 1629, desde donde empezó una gira por los principales estados italianos, hasta llegar a Roma, donde se alojaría, en un principio, en el Palacio Vaticano, bajo la protección del Cardenal Barberini, aunque, posteriormente quiso trasladarse a Villa Médicis, en una de las colinas romanas, desde donde tenía unas vistas maravillosas y donde pintaría sus famosas Vistas de la Villa Medicis, considerados los dos primeros ejemplos de pintura au plein air que no alcanzó su máximo desarrollo hasta el período del Impresionismo. En uno de ellos, puede verse una copia de La Ariadna dormida, que se conserva en el Museo del Prado, adquirida posteriormente por el propio pintor. Allí entró en contacto directo con la teoría y la práctica del arte italiano de su tiempo y de su esplendoroso pasado. Y así, pudo medir su conocimiento anatómico, piedra de toque de todo gran artista, realizando obras como La fragua de Vulcano. Seguramente bajo la influencia del clasicismo temprano, con referencias a la estatuaria clásica, y un recuerdo a Guercino. O realizando La túnica de José, con mención a Guido Reni. Tras caer enfermo, decidió marcharse de Roma para ir a Nápoles. Allí conoció a personalidades como la reina de Hungría María Ana de España, a quien retrató (1630), o al gran estandarte de la pintura española en Italia, José de Ribera.

Con el retrato de María de Austria culmina una etapa artística (1623-1631) que estaría marcada por la sencillez y la elegancia en su pintura.

Regreso a España

En 1631, en su regreso a España, recibe el encargo de retratar al príncipe Baltasar Carlos, que había nacido durante su estancia en el extranjero. Quizás sea este encargo el que haga al mundo artístico ver el cambio que había experimentado la pintura de Velázquez, que ya no es tenebrista, ni influida como anteriormente: se iluminan los ambientes, se llenan de modernidad las figuras y las escenas, y la libertad artística se hace más patente que nunca. El color se aviva, renace y surge intenso.

Algunas obras de esta etapa son los numerosos retratos ecuestres para el Palacio del Buen Retiro, así como otra de sus obras cumbres, Las lanzas (o La rendición de Breda) (1635). Para la Torre de Parada efectuó retratos de caza, como el del infante Fernando o el del príncipe Baltasar Carlos. También encontramos otros retratos de esta etapa como el de Felipe IV, en castaño y plata, o el de Isabel de Francia, la reina consorte.
En 1633 se casa la hija de Velázquez, de nombre Francisca, con Juan Bautista Martínez del Mazo, pintor también. Un año después, su suegro le cedería su puesto de ujier de cámara, para asegurar el futuro económico de su hija. Velázquez ocupará durante nueve años, tras su cesión, el puesto de Ayudante de Cámara, que supone los favores reales, dado que se convierte en una de las personas más próximas al monarca. Por otra parte, tras este nombramiento, se suceden una serie de desgracias en la corte y en las proximidades del monarca: caída del poder del valido del rey, el Conde-Duque de Olivares (que había sido protector suyo), la muerte de la reina Isabel en 1644, la muerte de su suegro y maestro Francisco Pacheco, el 27 de noviembre de ese mismo año, y la defunción del príncipe Baltasar Carlos, a los 17 años de edad.

Segundo viaje a Italia

Tras todos estos sucesos, Velázquez, consternado, decide irse en 1648, por segunda vez, a Italia, ya no como aprendiz, sino como embajador y artista español, ya que llevaba entre sus manos misiones oficiales también, y también por motivos personales, buscando el reconocimiento social que en Italia, desde el Renacimiento, los artistas habían conquistado, el cual en España se les negaba. Tras salir de Málaga, llega a Génova el 21 de enero de 1649. Otra vez realiza un recorrido por los principales estados italianos, aunque en dos etapas: la primera, que llega hasta Venecia, donde adquiere obras de Veronés y Tintoretto para el monarca español; y la segunda, que llega hasta Roma, tras pasar por Nápoles, donde se reencuentra con Ribera. En Roma retrata al pontífice Inocencio X, obra en la que, utilizando como medio el contraste de luces, consigue llenar de expresividad todo el cuadro. Hay teorías que adjudican la famosa Venus del Espejo a esta etapa en Italia. Ciertos autores creen que es el retrato de su amante, y madre de un hijo ilegítimo del pintor. El tema de la Venus ya había sido tratado en multitud de versiones por dos de los maestros que más influencia tuvieron en la pintura velazqueña: Tiziano y Rubens. La Venus de Velázquez aporta al género una nueva variante: la diosa se encuentra de espaldas y muestra su rostro al espectador en un espejo.

Se puede observar que, desde que Velázquez desembarcara en Génova, y tal como le ocurriera en su primer viaje, vuelve a transformar su estilo pictórico, dotándole de la luz que tanta ausencia había tenido, mediante la cual exagera la perspectiva y llega a conseguir la perspectiva aérea. Estas transformaciones estarían vigentes hasta el fin de sus días.

Segundo regreso a España y su muerte

Velázquez regresó a España en 1651, dos años después de su partida. Tras su regreso, Felipe IV lo nombra Aposentador Real, cargo que le quita gran cantidad de tiempo para desarrollar su labor pictórica. No obstante, es en la etapa final de su pintura cuando alcanza su máximo desarrollo y Velázquez realiza sus dos obras maestras: La familia de Felipe IV o Las Meninas (1656) y La fábula de Aracné, conocida popularmente como Las Hilanderas.
Habiéndole sido concedida la Orden de Santiago, a la cual él tanto aspiraba, en 1659, murió en Madrid el 6 de agosto de 1660, tras haber padecido una larga enfermedad. Fue enterrado al día siguiente con todos los honores de la Orden de Santiago en la iglesia de San Juan Bautista. Su mujer, Juana Pacheco, murió siete días después.


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